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Caminata de dos o más días, estándar de buenas prácticas

Martín Molano

22 de diciembre de 2025

Buenas practicas de senderismo. Este texto reflexiona sobre el sentido de las buenas prácticas en caminatas de dos o más días, no como procedimientos técnicos, sino como acuerdos previos que sostienen la experiencia en el tiempo. Desde la operación concreta, explora cómo la prevención se construye antes de caminar, a través de criterios compartidos que reducen la improvisación y liberan atención para lo que cambia. Forma parte de una serie editorial sobre sistemas, improvisación y gestión del riesgo en terreno.


Buenas practicas de senderismo. Este texto reflexiona sobre el sentido de las buenas prácticas en caminatas de dos o más días, no como procedimientos técnicos, sino como acuerdos previos que sostienen la experiencia en el tiempo. Desde la operación concreta, explora cómo la prevención se construye antes de caminar, a través de criterios compartidos que reducen la improvisación y liberan atención para lo que cambia. Forma parte de una serie editorial sobre sistemas, improvisación y gestión del riesgo en terreno.


Caminata de dos o más días, estándar de buenas práctica

Prevención, acuerdos previos y gestión del riesgo en caminatas de larga duración


Por: Martín Molano
Editor de contenido: Danyi Prieto


Durante las últimas semanas hemos venido reflexionando sobre la improvisación, sus raíces culturales y sus costos. En este nuevo ciclo, la conversación se desplaza del diagnóstico general a la operación concreta, a los protocolos y las buenas prácticas. No para compartir técnicas ni para enumerar procedimientos (esa parte ya la hemos hecho pública en nuestros PTO), sino para reflexionar sobre qué ocurre, en esencia, cuando un sistema de buenas prácticas está presente en operaciones de viaje de turismo, educación o aventura que priorizan la prevención.


Los estándares de caminata de dos o más días son los que hemos escogido de manera arbitraria para esta reflexión porque, a diferencia de actividades breves, obligan a convivir con el tiempo, y eso nos parece atractivo para iniciar este ciclo. En este texto exploraremos algunas de las buenas prácticas que tiene una caminata de dos o más días, como el brief, la evaluación del estado del grupo, la observación de la capacidad física y la pericia de los participantes, el estado de salud, las pausas de recuperación y los peligros y riesgos presentes, así como la hidratación, el cansancio o las pequeñas molestias físicas, todas ellas entendidas como un acto de prevención. Nada de esto se hace “porque toca”, ya que, cuando se mira con cuidado, estas sutilezas son algunas de las prácticas preventivas más potentes que tiene el “simple” acto de caminar.


Ahora bien, antes de entrar en detalles, confieso que tal vez el mayor miedo que siento al escribir sobre una caminata y sus buenas prácticas no es técnico, sino narrativo. No quisiera convertir este ejercicio en una lista, ni reducirlo a procedimientos, a pasos, a cosas “bien hechas”. Cualquiera que haya estado ahí, con el morral y caminando bajo la lluvia, sabe que una caminata larga no se sostiene solo por técnica, checklist o protocolos. Se sostiene porque hay algo más difícil de nombrar. ¿Qué? Me voy a atrever a ser filosófico: una cierta forma de estar de acuerdo.


¿Qué significa, entonces, que un grupo se detenga a escuchar un brief completo antes de iniciar, no como acto informativo, sino como gesto fundacional de la travesía?. ¿Qué tipo de operación se inaugura cuando se nombra la duración real del recorrido, cuando se explicita qué hacer si alguien se siente perdido, cuando se habla —sin vergüenza— de cómo hacer pipí en el camino? No es solo información lo que circula ahí. Es una forma de anticipar el vínculo entre las personas que habitarán el sendero durante días.


Evaluar el estado emocional del grupo durante el recorrido, otro gesto de buenas prácticas, suele leerse como una acción reactiva: algo que se hace cuando alguien “no se ve bien”. Cuando la evaluación del grupo existe como práctica acordada —no como respuesta a una alarma—, lo que se construye es una forma compartida de cuidarnos entre los caminantes. ¿Qué pasa si este gesto no es solo del líder, sino de todos?


Mirar la capacidad física, el estado de salud o la pericia no es buscar problemas; es recordarle al “sistema” que el cuerpo también es terreno. Un terreno que cambia con la altitud, con el clima, con la carga acumulada y con el paso de las horas. Cuando esa evaluación ocurre de manera regular, intencional y colectiva, deja de ser un juicio puntual del staff y se convierte en una referencia común desde la cual ajustar ritmo, expectativas y decisiones. Acá la pregunta no es “¿quién está mal?”, sino: ¿cómo estamos hoy como grupo?


Algo similar ocurre con las pausas de recuperación. En muchos contextos se entienden como interrupciones, incluso como disculpas, para “descansar un poco”. Sin embargo, cuando las pausas están pensadas y nombradas de antemano, dejan de ser cortes improvisados y se vuelven espacios estructurales de lectura. Detenerse para observar peligros presentes, hidratación, cansancio o pequeñas molestias físicas no es perder tiempo; es crear tiempo para pensar, para observarse.


Ahora bien, en una caminata de dos o más días, no todo puede cerrarse, pero tampoco todo puede dejarse abierto. El desafío está en discernir qué merece ser acordado de antemano y qué debe quedar disponible para ser leído en el momento. ¿Por qué ciertas prácticas se repiten en casi todas las operaciones maduras? ¿Por qué se insiste en hablar del ritmo, de las pausas, de los puntos de control, de la carga o de la alimentación, incluso cuando “todo parece estar bien”? Al final, una caminata larga es menos un desplazamiento físico y más un acuerdo extendido en el tiempo. Un pacto: esto ya lo pensamos juntos, esto ya lo nombramos, esto no tendrá que improvisarse en el momento.


Llegar a este texto no ha sido sencillo. Empecé varias veces a escribir estas reflexiones y descarté otras tantas. Escribir sobre caminatas desde la reflexión —y no desde el manual— implica caminar un filo incómodo: decir demasiado y caer en la técnica, o decir muy poco y quedarse en la abstracción. Tal vez esa dificultad sea una señal. Quizás el reto que enfrentamos al escribir no es tan distinto del que enfrentamos en terreno: cómo darle forma a algo profundamente práctico sin quitarle vida, cómo pensar sin congelar la experiencia.


Este texto no busca definir procedimientos, sino pensar el sentido de las buenas prácticas como parte de la gestión del riesgo en caminatas de dos o más días. La próxima semana la reflexión se moverá a un territorio todavía más cotidiano y, por eso mismo, más difícil de expresar: la alimentación. No como nutrición ni como logística, sino como esa infraestructura silenciosa que sostiene —o erosiona— la operación día tras día.


¿En qué momento una buena práctica trasciende su aplicación técnica y se convierte en una forma de relación entre las personas que caminan juntas?


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