La matriz de riesgo y el umbral de tolerancia: dos herramientas fundamentales para entender y transformar el riesgo de viajar
6 de agosto de 2025
Martín Molano
Blog

Hay preguntas que trascienden la operación diaria y se asoman al territorio de la filosofía práctica. ¿Cuál es el riesgo aceptable? ¿Dónde está ese umbral invisible que separa la aventura del abandono, la valentía de la imprudencia? En Fullsky sabemos que gestionar el riesgo no significa eliminarlo; significa reconocerlo como parte esencial de la vida y de la experiencia de viajar. La tolerancia al riesgo no es un número frío en una tabla: es una declaración ética sobre lo que estamos dispuestos a asumir, sobre lo que valoramos y sobre cómo queremos relacionarnos con la incertidumbre.
Sobre el arte de asumir riesgos
Cada mañana, al ponernos el casco y subirnos a la moto, hacemos un pequeño tratado filosófico con nosotros mismos: aceptamos que la carretera tiene bordes afilados, que hay factores que controlamos (no conducir embriagados, respetar límites de velocidad) y otros que delegamos al azar o a terceros. De igual manera, al sentarnos en un avión dejamos en manos de extraños la ingeniería, el mantenimiento y las decisiones de vuelo. Nuestra tolerancia no es absoluta; es contextual y consciente. Esto nos recuerda que la libertad siempre va acompañada de responsabilidad y de límites.
En el turismo de aventura y naturaleza ocurre algo similar. Preguntarnos “¿qué riesgos son aceptables en nuestra operación?” implica reconocer que buscamos experiencias significativas, no la ausencia de peligro. La filosofía del riesgo nos invita a ver más allá de la lista de chequeo y a comprender que cada actividad es un ejercicio de autoconocimiento: al evaluar la probabilidad y la severidad de un evento, proyectamos también nuestros valores y nuestro propósito como compañía.
La matriz: cartografía de la incertidumbre
Podríamos pensar la matriz de tolerancia al riesgo como un mapa de nuestros dilemas. En ella cruzamos lo probable con lo severo para crear tres grandes territorios:
Zona verde, donde la posibilidad de daño es remota y la consecuencia leve. Aquí opera la confianza y la rutina.
Zona amarilla, la franja que Fullsky considera tolerable: el espacio donde asumimos el riesgo y lo mitigamos. Aquí habita la experiencia transformadora; no es un lugar de complacencia sino de disciplina y de consciencia. Solo permanecemos en este territorio cuando hay mecanismos de mitigación para reducir la probabilidad de daños o perjuicios o sus consecuencias.
Zona roja, la región que la ética nos obliga a evitar. Cuando la combinación de probabilidad y severidad supera nuestros umbrales, detenerse es un acto de cuidado y de respeto por la vida.
Como todo mapa, la matriz es una simplificación. Más que obedecer ciegamente, debemos leerla como un diálogo continuo entre datos y significado. Cada celda es una conversación que nos hemos dado el tiempo de tener. En gestión de riesgos, lo que no se mide no existe, pero lo que se mide sin reflexión se convierte en burocracia.

Un flujo para decidir con criterio
La filosofía del riesgo se traduce en acciones concretas. El siguiente flujo no es una lista mecánica; es una invitación a detenerse, reflexionar y actuar en coherencia:
Reconocer el umbral propio. Si la organización no sabe cuál es su nivel de tolerancia al riesgo, debe suspender la actividad. Definir ese nivel es un acto fundacional.
Confrontar la realidad con el umbral. ¿La actividad propuesta se encuentra dentro de los límites máximos aceptables? Si la respuesta es afirmativa, podemos proceder. Si no, la honestidad nos pide detenernos.
Transformar el escenario. ¿Existen mecanismos de mitigación que reduzcan la probabilidad o la severidad del riesgo? Si los hay, aplíquelos y vuelva a evaluar. Si no, renunciar a la actividad es también una decisión sabia.

Este flujo no pretende alarmar, sino recordarnos que anticipar con criterio técnico es una forma de cuidado. Siguiendo estándares como ISO 31000 y el Australian Adventure Activity Standard, convertimos la reflexión filosófica en metodologías concretas: la evidencia nos indica que desaparecer el riesgo es un imposible; la propuesta es aceptar su existencia y gestionarlo. Así, nuestras decisiones dejan de ser arbitrarias y se convierten en actos responsables y defendibles.
Conclusión: vivir con propósito y con límites
En una próxima entrada, abordaremos con mayor profundidad el origen y las ventajas y las críticas de estas dos herramientas, pero por ahora cerramos con la siguiente idea.
Vivir implica exponernos a la incertidumbre. La tolerancia al riesgo es el concepto que nos permite seguir avanzando sin traicionar nuestros principios. Nos obliga a preguntarnos qué estamos dispuestos a arriesgar para alcanzar una experiencia significativa. Esta pregunta no es un trámite; es el origen mismo de la gestión de riesgos. Contestarla con honestidad y rigor nos permite diseñar viajes que inspiran y transforman, sin descuidar el valor supremo de la vida. Al final, recordar que el riesgo es inherente a la experiencia real nos devuelve a la raíz de nuestra misión: convertir el riesgo en aprendizaje.