De la guerrilla al ecoturismo: evolución de La Macarena y Caño Cristales
1 de noviembre de 2019
Lorenzo Posada
Blog

“Caño Cristales: donde el arco iris se convierte en río”. Así es como Andrés Hurtado García titula la sección que dedica a este río en el libro Colombia secreta. Cada cual podrá darle el nombre que quiera, pero el que le dio Hurtado ha calado en el imaginario de los colombianos por el peso que tiene su nombre como periodista, ambientalista, fotógrafo y explorador de la naturaleza colombiana. Y porque tras su primer viaje allí “el río de los cinco colores, apresado en el estrecho cajón de mi cámara fotográfica, ha navegado por periódicos, libros, revistas y conferencias en todos los continentes” (Hurtado García & Villegas Jiménez, 2004, p. 43).
Los textos de Hurtado García están llenos de figuras literarias que, como ese título metafórico e hiperbólico, podríamos preguntarnos qué de poético y cuánto de anecdótico tienen esas palabras. Casi más de lo segundo: ciertamente él fue la primera persona en fotografiar Caño Cristales en 1989 (Las2orillas, 2016) y quien, según un reportaje que la Revista Semana hizo sobre La Macarena en 1994, hizo famoso al río con sus fotos (Semana, 1994).
Esa comparación entre Caño Cristales y el arcoíris, y llamarlo posteriormente “el río de los cinco colores”, pone el acento en la característica más llamativa de la belleza de este río: sus colores, atribuibles a dos elementos: el primero, que el lecho del río es roca y no lleva sedimentos que enturbien el agua, lo que la hace transparente y permite que se vean los colores pastel del fondo. Segundo, las combinaciones de rosado, rojo y verde que se ven en la época de lluvias (de mayo a noviembre) de la Macarenia clavigera, planta endémica de la Serranía de La Macarena y de la serranía de La Lindosa (Rodríguez Álvarez, Donato-Rondón, & Castro-Rebolledo, 2018, p. 269) que crece sumergida en sus aguas [foto de la macarenia clavigera].
Esta planta no es, como se cree popularmente, un alga, sino una fanerógama acuática que produce un pigmento del grupo de los carotenoides para protegerse de la radiación UVA y de la oxidación (Grunewald, 2018). Fanerógamas o espermatófitas son un grupo que comprende a todas las plantas vasculares que producen semillas. Esto quiere decir que la Macarenia clavigera está más emparentada con la acacia, el nogal o el manzano, que con cualquier tipo de alga.
Aunque es el más famoso, Caño Cristales no es el único río teñido de estos colores. Son varios los caños de esta serranía en los que crece la Macarenia clavigera. Pero al ser esta una planta endémica, éste es el único lugar en el mundo en el que es posible ver este espectáculo, a excepción de la serranía de La Lindosa. Y sin embargo no es sólo ella ni Caño Cristales lo que hacen de La Macarena un lugar único. Una expedición del Instituto Humboldt sobre la fauna de la Reserva de La Macarena identificó 245 especies de peces, 39 de anfibios, 68 de reptiles y 737 de aves (Carrizosa Umaña, 2018, p. 12) (no se identificaron especies de aves endémicas, p. 215). Nada más de ese registro de peces, “se reconocen 12 especies probablemente nuevas para la ciencia, cinco nuevos registros para Colombia, diez registros nuevos para la cuenca del Orinoco [y] 22 especies endémicas de Colombia” (Lasso & Morales-Betancourt, 2018, p. 28).
Curiosamente, de esas 737 especies de aves identificadas, ninguna es endémica de la región. Sin embargo, el equipo del Instituto Humboldt reconoce que “Desde el punto de vista ornitológico, [la Serranía de La Macarena] es una subregión biogeográfica claramente definida, y a pesar de las expediciones previamente señaladas, es considerada todavía con un nivel de muestreo y conocimiento bajo” (Lasso, Morales-Betancourt, Cuervo, Lomelín, & Amado, 2018, pp. 212, 215).
Exploraciones a un territorio desconocido: extranjeros, petróleo y fiebre
Esta última afirmación es probablemente cierta también para los demás tipos de fauna e incluso de flora, de las que debe haber más especies por descubrir, pues han sido muy pocas las expediciones de exploración a La Macarena y más o menos recientes. Aunque Julio Carrizosa Umaña afirma que “la primera gran expedición” fue en 1940 (Humboldt, p. 11), en Fullsky encontramos un artículo de 1929 publicado en la revista American Geographical Society por Floyd Orville Martin, quien cuenta que pasó la mitad de su tiempo entre junio de 1920 y febrero de 1926 en el sistema del alto río Guayabero y en las partes altas de los ríos Pato y Balsillas (Martin, 1929, p. 621). Su trabajo de exploración fue limitado porque tenía el encargo específico de mapear las tierras propiedad de la Union Oil Company of California, y a pesar de que invirtió la mitad de seis años en ello, hace notar su frustración al hacer notar de entrada en su estudio las falencias de su trabajo:
Es obvio que aún falta mucha exploración y mapeo antes de que la topografía de la región la conozcamos bien. Antes de mi exploración, la región era, cartográficamente, prácticamente desconocida, y los mapas que hay muestran los detalles cartográficos tan erróneamente y la nomenclatura es tan confusa que son más bien un obstáculo para el explorador (1929, p. 622, la traducción es nuestra).
De hecho, en 1948 cuando se creó la reserva, la serranía de la Macarena no aparecía en los mapas de Colombia y sólo empezó a figurar a partir de 1950, sin cartografiar, sino apenas con un letrero que indicaba su ubicación (Leal León, 2019, p. 104). Y todavía en la década de 1940 eran las petroleras quienes mejor conocimiento sistemático tenían de la región. E.T. Gilliard, líder de una expedición que el Museo de Historia Natural de Estados Unidos envió en noviembre de 1941 a recolectar especímenes cuenta que:
Para nuestro campo base y punto de partida escogimos un claro al este de la Macarena conocido como Talanquera, que había sido usado por la aerolínea Avianca y Petroleo Shell of Colombia cuando los exploradores petroleros estuvieron explorando la región hace unos años (1942, pp. 463-464, la traducción es nuestra).
Una expedición posterior, de 1949, financiada por la Rockefeller Foundation por invitación del Ministerio de Higiene de Colombia, hace un recuento de exploraciones anteriores, en la que menciona la del Museo de Historia Natural y señala que:
No sólo las montañas [de la Sierra de La Macarena] han permanecido inhabitadas, sino que hasta muy recientemente han sido apenas visitadas ocasionalmente por buscadores de oro, de lo que hemos oído por testimonios de primera mano pero de lo que no hay un registro publicado. El primer conocimiento certero de la serranía data de 1937 cuando la Shell Oil Company proyectó sus actividades en esta parte de Colombia (Philipson, Doncaster, & Idrobo, 1951, p. 190, la traducción es nuestra).
La cartografía de la sierra era tan pobre que Philipson, Doncaster e Idrobo consideraron que el mapa que hicieron de su ruta podría ser útil para futuras expediciones y lo recomendaron usar “mientras se hace un mapeo más preciso”, a pesar de que “ninguno de nosotros tiene experiencia alguna en exploración geográfica o elaboración de mapas, y de que no hicimos nada más que lo necesario para encontrar el camino a los mejores sitios de recolección” (1951, p. 192).
Vale decir que el gran hallazgo no fue el oro negro, las compañías extranjeras cerraron sus campamentos y cancelaron sus exploraciones (Ó. H. Arcila Niño, 2011, p. 64) y el interés por la explotación del subsuelo de la región la revivió la estadounidense Hupecol en 2008, a quien la Agencia Nacional de Licencia Ambientales (ANLA) le otorgó licencia en 2016 para iniciar exploraciones en los municipios de La Macarena y San Vicente del Caguán, aunque a 68 kilómetros de Caño Cristales (Cosoy, 2016).
Las colectas zoológicas en los altos de la meseta de la sierra que hicieron los exploradores del Museo de Historia Natural resultó en el hallazgo de 43 especies de aves, tres de pequeños roedores, dos de micos y una de murciélagos (Gilliard, 1942, p. 469). Y de las colectas en la base de la sierra sólo se repitieron cinco especies de aves y encontrar tan pocos pequeños mamíferos pequeños fue un hallazgo que sorprendió a los exploradores, dado que allí, en cambio:
Los monos araña los veíamos todos los días; los aulladores eran tan numerosos que esta especie semi secreta podía ser vista u oída a diario; recolectamos especímenes de cinco especies menos abundantes de monos. El bosque estaba lleno de rastros de pecaríes barbiblanco; llegamos a toparnos con manadas de hasta 300 y los pecaríes acollarados también eran abundantes. Había jaguares, hurones, nutrias, osos hormigueros, martillas de dos especies, dantas en gran número, armadillos gigantes, guaguas y dos especies de venado (Gilliard, 1942, p. 469, la traducción es nuestra).
Sin lograr explicarse este desbalance entre grandes mamíferos y pequeños, de los que sólo obtuvieron cinco especies de ratas y dos o tres de otros pequeños roedores con 2000 noches/trampa, otro zoólogo le comentó a Gilliard la condición inusual de que todos los primates de la zona tenían o habían tenido fiebre amarilla (Gilliard, 1942, pp. 469-470). Esta revelación era ciertamente inusual y merecía mención en la publicación de Gilliard -así no tuviera conexión con el desbalance entre especies de grandes y pequeños mamíferos- pues todavía en la década de 1930 se creía que el ser humano era el único huésped de la fiebre amarilla y que el zancudo Aedes aegypti su único transmisor. Más aún, hasta 1933 los funcionarios de la Fundación Rockefeller, que dos décadas atrás se había propuesto acabar la enfermedad en el continente americano, seguían empeñados en librar su guerra únicamente en las ciudades, pese a que médicos colombianos y brasileños vinieran demostrando que el virus era endémico en zonas rurales (Leal León, 2019, pp. 100-101).
Creación de la reserva: intento precario de conservación
Este último descubrimiento, que no logró vincularse con el anterior, explica en parte la gran actividad científica y conservacionista que se dio en La Macarena a finales de la década de 1940 y en la de 1950, junto al hallazgo –obviamente—de una biodiversidad especial.
Así es que se entiende que la Fundación Rockefeller financiara la expedición de 1949 que mencionamos anteriormente, que celebraba la intención del gobierno de:
establecer una estación de investigación de campo en un punto apropiado de la Macarena, que se llamará Estación Biológica José Jerónimo Triana, en honor al famoso botánico. Se enviaron invitaciones para trabajar en el área a biólogos y geólogos de varios países (Philipson et al., 1951, pp. 190-191, la traducción es nuestra).
Y, ciertamente, entre 1949 y 1959 hubo siete expediciones biológicas, la mayoría de ellas extranjeras, a la sierra de la Macarena, a pesar de que La Violencia en los Llanos impidió que la construcción de la estación alguna vez se terminara (Leal León, 2019, pp. 112, 117). Aunque la reserva, hasta entonces deshabitada, no era un punto de actividad guerrillera, el sueño de montar la estación biológica acabó en 1951, cuando una incursión guerrillera destruyó los laboratorios que ya se habían construido (Cubides, 1989, Aspectos políticos y organización comunitaria).
A pesar de que la labor de del Instituto Rockefeller tenía que ver con el estudio de la fiebre amarilla, sus mismos expedicionarios reconocen que el doctor Santiago Rengifo, director del Instituto Roberto Franco que el gobierno colombiano y la Fundación Rockefeller habían establecido en 1938 en Villavicencio para estudiar la fiebre amarilla, tiene una visión que va más allá de investigar enfermedades tropicales y:
Entiende la importancia de los bosques de la Macarena como un centro de investigación de campo, no sólo para estudiar temas relacionados directamente con enfermedades tropicales, sino para la biología en general; siendo que no han sido modificados por el ser humano, estos bosques ofrecen una gran oportunidad para el estudio de problemas ecológicos (Philipson et al., 1951, p. 190, la traducción es nuestra).
Y así fue que la Sierra de la Macarena, al tiempo que emergió como foco para el estudio de la fiebre amarilla, se convirtió, por iniciativa de los mismos interesados en el estudio de la enfermedad, en la primera reserva biológica natural de Colombia. El proyecto que se convertiría en la ley 152 de 1948 fue presentado por el Ministro de Higiene Jorge Bejarano, quien reconoce que la “iniciativa provenía del Dr. Santiago Rengifo” (1952, p. 1).
Sin embargo Bejarano justificó de manera muy escueta la creación de la reserva. Dice, simplemente, que “el doctor Santiago Rengifo tenía algunas referencias acerca de la existencia de una serranía o cordillera que reunía condiciones excepcionales desde los puntos de vista biológicos y geológicos” y que en los sobrevuelos que Rengifo había hecho como director del Instituto de Enfermedades Tropicales se había dado “cuenta de la existencia de una vasta zona geográfica de características peculiares que la señalaban como propicia al establecimiento de una estación de biología” (1952, p. 2).
Y de la misma manera, en un documento que ocupa menos de una página, la ley 152 es también muy parca en definir lo que significa para Serranía de la Macarena ser definida reserva, más allá de proveer en el artículo 2 que “La Macarena servirá como reserva biológica natural para estudios de ciencias naturales, y en ella se establecerá, como sección del Instituto de Enfermedades Tropicales Roberto Franco, una estación de Biología que llevará el nombre del naturalista, colombiano José Jerónimo Triana”.
Para entonces no existía ningún parque nacional en Colombia y es entendible que esta ley no supiera indicar qué hacer con la reserva. Su tercer artículo, aún más corto, dispone que “El Gobierno Nacional queda facultado para contratar o aceptar la cooperación de entidades científicas nacionales o extranjeras que deseen avanzar estudios de ciencias naturales en la reserva biológica “La Macarena””; el cuarto anuncia que “En el Presupuesto Nacional se apropiarán las partidas para el funcionamiento de la Estación Biológica “La Macarena””, y el quinto y último otorga al gobierno la facultad de reglamentar esta ley y “para fijar de acuerdo con el Instituto Geográfico Militar, los límites de la sierra “La Macarena””.
Así, pues, las únicas dos acciones concretas que supuso la creación legal de la reserva fue el montaje de la estación de investigaciones, que no se llevó a cabo, y la delimitación del área de la reserva, por la que el gobierno se interesó apenas en 1965, cuando se supo que los alrededores de la serranía estaban siendo colonizados y había emplazamientos permanentes en las orillas de los ríos Guayabero y Lozada (González, 1989, pp. 119, 133). Desde entonces, la historia de la Reserva de la Macarena ha sido la historia de la colonización y la violencia, al punto de ser la histórica retaguardia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y haber sido el municipio de La Macarena considerado, según el gobierno nacional, “el corazón de la zona de distensión” (República, 2003, p. 8).
A pesar de la creación de la Reserva de La Macarena en 1948, de que el Congreso la declaró monumento nacional en 1959, de que en 1963 se le otorgó a la Universidad Nacional para fines exclusivamente científicos y que en 1965 se hizo su delimitación, tanta normatividad era considerada por los científicos y los mismos custodios de la Universidad Nacional “inoperante” porque “desconocen y subestiman los componentes socioeconómicos sobre los que se pretende legislar” (Cubides, 1992, p. 200).
La principal preocupación de los científicos de la Nacional era por la colonización de la zona de reserva y la incapacidad del Estado para contenerla o canalizarla. En 1977, 60 profesores de la Universidad Nacional firmaron una carta para el presidente Misael Pastrana en la que vaticinaban su completa desaparición para 1986 “de continuar el ritmo actual de destrucción de la Reserva” (citado en Cubides, 1992, p. 199).
Pero esta queja de los firmantes de la carta no es sólo una acusación contra el gobierno sino un reconocimiento de que la universidad, que desde 1963 estaba a cargo de la reserva, tomó medidas igualmente inoperantes para su protección. En 1965, después de que se detectó la presencia de 250 colonos en el área de la reserva, el Consejo Superior Universitario tomó cartas en el asunto y resolvió que “En relación con lo discutido en la sesión anterior sobre la vigilancia que la Universidad debe establecer en la Serranía, se aprueba la construcción de un refugio para un cuidandero” (Cubides, 1989, Aspectos políticos y organización comunitaria) (Acta 44, Consejo Superior Universitario, octubre 21 de 1965, citado en Cubides, 1989, p. 310). La resolución para la construcción de la caseta (destinada a vigilar un área de 4000 kilómetros cuadrados) efectivamente se dio, pero nunca se contrató al cuidandero que debió ocuparla (Cubides, 1989, p. 310).
Colonización de la reserva y una pobre legislación para protegerla
Ese “ritmo actual [al que alude la carta] se remonta a comienzos de los 50, cuando llegaron de San Vicente del Caguán los primeros colonos que se establecieron en lo que hoy es el municipio de la Macarena”. Fueron científicos de la Universidad Nacional los que alertaron del problema que se venía para la reserva en una expedición de 1959 -la última de las siete que mencionamos anteriormente, la única colombiana y la única en explorar el flanco sur de la sierra- en la que reportaron once familias asentadas entre las vegas de los ríos Guayabero y Lozada y al mismo tiempo ya habían aparecido los caseríos de lo que hoy son Vista Hermosa, Mesetas y Puerto Rico (González, 1989, pp. 128, 133). Para el año de esa expedición ya había 15 familias establecidas en Vista Hermosa, 6 en San Juan de Arama, 3 en Puerto Rico, 3 en La Macarena y una en Mesetas (González, 1989, p. 129).
Pareciera un número insignificante, teniendo en cuenta que la Reserva ocupaba un 13% del territorio del Meta, según la delimitación que se hizo en 1965 (Cubides, 1992, p. 200). Y sería impensable que un minúsculo proceso migratorio pudiera destruir completamente la reserva en menos de treinta años. Y ciertamente la apocalíptica profecía no se cumplió, pero hubo tres hechos y fenómenos que sucedieron en las décadas de 1960 y 1970 que justificaban la preocupación por la reserva de La Macarena.
El primero es la urbanización de Colombia y las migraciones de la década de 1960. La industrialización del país en la década anterior llevó a un crecimiento demográfico por la mejora en las condiciones generales de salubridad y a una expansión de las ciudades que, sumado a lo anterior, atraían mano de obra campesina para trabajar en la industria. Este sector económico, sin embargo, no logró emplear a todos los migrantes y éstos se vieron obligados a colonizar las zonas de frontera y tomar las tierras de nadie en el Urabá, el Bajo Cauca, el Magdalena Medio y los Llanos Orientales (Molano Bravo, 1987, citado en Arcila N., 1989, p. 152).
El crecimiento de las ciudades requirió, por otro lado, una revolución en las formas de producción en la que el latifundio empezó a predominar sobre el minifundio para producir alimentos a escala. Esto, sumado a la violencia partidista, llevó a los campesinos del Tolima y el Sumapaz a bajar de la cordillera hacia el oriente en busca de tierras baldías de las que subsistir, a la vez que colonos del Llano eran expulsados violentamente por terratenientes y migraron también hacia la frontera agrícola, en un desplazamiento favorecido por la construcción del puente Guillermo León Valencia sobre el río Ariari en 1966, con lo que fue posible colonizar –desde los Llanos- las tierras al sur de este río (Arcila N., 1989, pp. 152-153). Y en esta migración de campesinos del Tolima y del Sumapaz llegó las FARC, recién nacida, para instalarse en la región de La Macarena y hacer de ella su retaguardia, tema del que hablaremos más adelante.
En las décadas de 1960 y 1970 la población en la región creció hasta 219 familias en La Macarena a comienzos de la de 1980, 404 familias en San Juan de Arama, 764 en Mesetas, 1070 en Puerto Rico y 1860 en Vista Hermosa (González, 1989, p. 130).
El segundo es un hecho particular sucedido en 1971. El INDERENA, creado en 1968 para proteger y administrar los recursos naturales e implementar una política ambiental en Colombia, otorgó 371 títulos de propiedad en 1971 a colonos asentados en la Reserva, en lo que sumaba entre 8.000 y 50.000 hectáreas (Arcila N., 1989, p. 153; Ó. Arcila Niño, 1992). Aunque el Consejo de Estado trató de revertir la medida, abrió un boquete a la ocupación regular de la reserva, y tal vez sea ésta la torpeza a lo que se refieren los profesores de la Nacional que en su carta al presidente mencionan una “ininterrumpida cadena de errores, imprevisiones e inconsecuencias, unidas a las claudicaciones y abandono en las funciones y normas de su manejo y protección por parte de los organismos responsabilizados por la ley” (citado en Cubides, 1992, p. 199).
Y las medidas del Consejo de Estado para revertir el desenglobe de tierras que el INDERENA hizo en 1971, aunque bienintencionadas, resultaron también en una torpeza. En 1975 (antes de que el Consejo se pronunciara) se celebró un seminario interinstitucional para la solución de la problemática del PNN La Macarena. De allí resulta un plan realista pues cuantifica la inversión requerida para vigilancia, amojonamiento y labores de concientización, basada en cifras concretas, y reconoce el problema ya consumado de la colonización y la sustracción de una porción del territorio de la Reserva (Cubides, 1989, Aspectos políticos y organización comunitaria). Sin embargo, para evaluar las acciones del INDERENA en el 71, la normatividad que el Consejo de Estado estudió –naturalmente- fue la que había anterior a esa fecha, de modo que cuando éste se pronunció en contra de lo hecho por el INDERENA y el INCORA, el plan de 1975 se quedó sin piso y no hubo cómo llevar a cabo las acciones propuestas frente a la colonización en temas de vigilancia y educación (Cubides, 1989, Aspectos políticos y organización comunitaria, p. 315).
El tercer fenómeno, de hecho posterior a la apocalíptica carta, fue la llegada de los cultivos de coca en 1978, que no sólo causó un auge migratorio entre 1979 y 1982 (Arcila N., 1989, p. 154; González, 1989, p. 129), sino marcó el fin de un tabú de la colonización, que hasta entonces se había concentrado en las llanuras del oriente de la reserva y había mantenido la sierra aún inhabitada; bajo el principio de que “para el cultivo de la coca los mejores suelos son los más estériles” empezó en 1982 la colonización de la sierra para el cultivo de la coca (González, 1989, p. 130).

Ubicación de La Macarena y áreas protegidas cercanas. Tomado de: Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (fcds.org.co).
Cultivos ilícitos, violencia cocalera y control guerrillero
Aún más importante que la presión que la llegada de la coca ejerció sobre la Reserva, lo fueron las transformaciones sociales y de las relaciones de poder que ocasionó en la región de La Macarena, que siguen el patrón de lo que sucedió en zonas de colonización reciente en el piedemonte amazónico en el Caquetá, Guaviare y Putumayo. La bonanza atrajo una ola de migrantes que excedió la capacidad de por sí ya precaria del Estado e inundó la región de dinero ilegal, que atrajo consigo alcohol, prostitución, armas y consumo de drogas, pues la base de coca servía como moneda de cambio y a los raspachines habitualmente se les pagaba con bazuco (García, 1995, p. 5).
La guerrilla aprovechó el negocio para establecer el gramaje, un impuesto sobre las transacciones de la coca, a cambio de permitir su cultivo y tránsito y proveer funciones policivas y judiciales (Arcila, 1989, p. 77). Esto permitió a las FARC financiarse, crecer y fortalecerse, pero también les dio poder para ser quienes establecieran el orden social. De reprimir las riñas, servir de mediadores en los conflictos y proteger a los campesinos de los narcotraficantes de la zona esmeraldera que buscaban acaparar las tierras del Ariari y los llanos del Yarí para establecer monocultivos, las FARC pasaron en 1984 a asumir un rol más profundo en la construcción de un orden social en las zonas de colonización reciente.
En 1984 el gobierno de Belisario Betancur y las FARC pactaron una tregua sin desarme en los Acuerdos de La Uribe y un año después se creó la Unión Patriótica (UP), partido con el que las FARC se presentaron a las elecciones legislativas y regionales de 1986, obteniendo tres puestos en la Cámara de Representantes y dos en el Senado, más 275 concejales y 24 diputados a asambleas regionales, principalmente en sus zonas de influencia (Leech, 2011, p. 28).
Pero más que la creación de la UP y la posibilidad de participar en elecciones regionales y municipales, lo que le dio a las FARC poder sobre el orden local en zonas cocaleras, además de las armas, fue la ley 19 de 1958 que creó las Juntas de Acción Comunal (JAC) y permitió que los concejos municipales les encomendaran a organizaciones de vecinos “funciones de control y vigilancia de determinados servicios públicos, o dar a esas juntas cierta intervención en el manejo de los mismos” (artículo 22). Esto permitió a las FARC una mayor injerencia, ya no sólo en regular el orden social, sino en administrar recursos públicos para la provisión de servicios del Estado. A comienzos de los noventa, los guerrilleros obligaron a los cultivadores de coca a inscribir sus cédulas para las JACs. Así, por ejemplo, fue que se fundó en 1990 la JAC de la vereda La Cooperativa, en Vista Hermosa, lo que le permitió gestionar la instalación de una red eléctrica para la comunidad (Leech, 2011, p. 42).
Fundación del pueblo La Macarena, de la mano de la aviación y del turismo
La Violencia partidista, como se mencionó anteriormente, fue el principal motor de la colonización, no sólo de La Macarena, sino del piedemonte amazónico y la frontera agrícola de Colombia. Entre 1950 y 1951, las amenazas del Ejército en el Caquetá obligaron a familias liberales del Pato y de Balsillas a migrar hacia los llanos del Yarí y la vega del río Guayabero. "Fueron 15 días de travesía abriendo trocha. Cargábamos nuestras camas, la ropa y la comida por entre caños y tumbando árboles para poder llegar. Dormíamos en medio de la selva" le contó a El Tiempo uno de los fundadores, que ya había sido desplazado una vez de Natagaima, Tolima, y que esta vez había sido engañado por un militar de San Vicente del Caguán que les aseguró que allí ya no había tierra disponible pero que “por el río Guayabero abajo, en el Meta, había una sabana despoblada en el monte, lista para colonizar” (El Tiempo, 2008, Fundador de La Macarena (Meta) contó cómo llegó a este pueblo).
Junto al río Guayabero encontraron una antigua pista de aterrizaje de la Shell Oil Company sobre la que se asentaron tres familias, donde por cinco años no hubo más habitantes que las familias fundadoras, hasta que una avioneta se chocó contra una peña de la sierra y días después vino otra a buscarla, piloteada por Aldo Leonardo, un italiano, quien, como era lógico, aterrizó en la pista de la Shell. A Leonardo le gustó el lugar y estableció un negocio de intercambio de productos locales por aguardiente, cigarrillos y sal. Más tarde llevó consigo a Tomy Thompson, un expiloto estadounidense de la Segunda Guerra Mundial que buscaba establecer un negocio de cacao y que vio allí una oportunidad de negocio diferente: reconstruyó la pista aérea y construyó un refugio para albergar cazadores y pescadores estadounidenses que empezaron a llegar cada tres o cuatro meses en un avión DC-3. Alrededor de El Refugio, como se llamó, empezaron a establecerse nuevos colonos de San José del Guaviare y de San Vicente del Caguán que trabajaban para la empresa turística (Molano, 1989, Aproximación al proceso de colonización de la región del Ariari-Güejar-Guayabero, p. 295) (Molano, 1989, p.295).
Luego la Fuerza Aérea Colombiana (FAC) descubrió que allí podía aterrizar y establecer un centro de acopio donde abastecerse de pescado seco, plátano y marranos. Así, otro DC-3 aterrizaba cada quince días para recoger la mercancía. Esa época de intercambios coincidió con una política del gobierno nacional y de la FAC para apoyar la colonización de la frontera, con lo que los aviones a El Refugio no llegaban vacíos sino transportando nuevos colonos (Molano, 1989, Aproximación al proceso de colonización de la región del Ariari-Güejar-Guayabero, p. 295). El turismo, el comercio aéreo y la llegada de nuevos colonos dinamizó el crecimiento de La Macarena.
La Macarena, corazón de la zona de distensión
El 14 de Octubre de 1998, por resolución No. 85, el presidente Andrés Pastrana despejó de fuerza pública 42 mil kilómetros cuadrados de los municipios de San Vicente del Caguán en el Caquetá, y La Uribe, Mesetas, Vista Hermosa y La Macarena en Meta para negociar la paz con las FARC. Y aunque de esos cinco nombres el más reconocible es el primero, pues allí fue que se instaló la mesa de diálogo, la misma presidencia reconoce que:
si bien la cara visible del proceso fue San Vicente del Caguán, el verdadero corazón de la Z[ona] de D[istención] para las FARC fue el amplio territorio de La Macarena, despensa y retaguardia de esta guerrilla […] A través de La Macarena, las FARC se movieron con libertad por un corredor que comunica la región del Caguán y las llanuras del Yarí con el río Guaviare, estableciendo una salida rápida al oriente del país. (República, 2003, p. 8).
Sin embargo, la serranía de La Macarena y el piedemonte andino de los municipios del occidente del Meta siempre han sido retaguardia y corazón del territorio de las FARC y la actividad guerrillera es aún anterior a esta guerrilla. De las llamadas repúblicas independientes, la más famosa es la de Marquetalia por ser la más antigua y numerosa y porque las FARC señalan como su fecha fundacional el 27 de mayo de 1964, cuando el Ejército desplegó 16 000 soldados y dos semanas después bombardeó Marquetalia en caza de los bandoleros comandados por Pedro Antonio Marín, que ya entonces llevaba el alias de Tirofijo (Henderson, 2012, pp. 181-182; Leech, 2011, pp. 14-15).
República independiente de El Pato, primer santuario de las FARC
Pero Marquetalia no fue la única. Alias Joaquín Gómez, el comandante que dio el discurso de apertura de las negociaciones de paz con el gobierno de Andrés Pastrana, denunció en su alocución que “De la misma manera procedieron en 1965 en las regiones de El Pato (Caquetá), Guayabero (Meta) y Riochiquito (Cauca)” (17 años de los diálogos del Caguán, 2016). Estas eran las repúblicas independientes que quedaban, después de la desbandada de la gente de Pedro Antonio Marín de Marquetalia. Cuando esto sucedió, sus guerrilleros huyeron ilesos hacia el sur para establecerse en Riochiquito, que fue atacado nuevamente por el Ejército en 1965, tras lo que se desplazaron una vez más, cruzando la Cordillera Oriental hacia el piedemonte y los llanos del Meta y Caquetá, donde se establecieron definitivamente (Henderson, 2012, p. 183).
La región de El Pato, según el comunicado oficial del Ejército que el periódico El Colombiano publicó tras el ataque militar en marzo de 1965, “venía siendo poblada de forma normal hasta 1952, cuando llegó la cuadrilla de bandoleros, provenientes de Guayabero y comandados por “Avenegra”. Desde entonces, el grupo adoctrina a la gente de la región y les exige trabajar a su servicio” ("La "República Independiente" de El Pato Ocupada por el Ejército", 1965). El ataque del Ejército logró efectivamente acabar con el movimiento de autodefensa campesina al dar muerte a su líder (Carrillo González, 2016, p. 105). Pero el Ejército se equivocó al concluir su comunicado afirmando que “Colombia espera verse pronto libre del cerco maldito de las llamadas “repúblicas independientes” pues ahora sólo quedan dos, la de Guayabero y la de Riochiquito, pues “Tirofijo” ya fue derrotado en Marquetalia” ("La "República Independiente" de El Pato Ocupada por el Ejército", 1965).
El vacío de autoridad que dejó la retoma de El Pato y que el Estado colombiano no llenó fue la oportunidad para que la guerrilla de Tirofijo bajara de los Andes a las regiones de La Macarena y el Caguán. Cuenta Jacobo Arenas, fundador e ideólogo de las FARC, que:
En los finales de 1966 se realizó la Segunda Conferencia Constitutiva de las FARC […] A la Segunda Conferencia, como a la anterior, asistieron Marquetalia, Riochiquito, 26 de Septiembre, Guayabero [y] El Pato […] De esta Conferencia y conforme a un plan, salimos a operar en diversas áreas y por destacamentos, uno al mando de Ciro Trujillo, otro al mando de Joselo Losada, otro al mando de Carmelo López, otro al mando de Rogelio Díaz, otro al mando de "Cartagena" y otro al mando de Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas (1985, p. 16).
De esos comandantes, Marulanda y Arenas salieron hacia el Caquetá, como cuenta a continuación:
A Marulanda y Jacobo les tocó el área de El Pato. Era necesario integrar los guerrilleros de aquella zona y allí llegamos luego de muchas peripecias, pues aquella agrupación al mando por entonces de Januario Valero andaba dispersa y no tenía propiamente carácter de guerrilla. Al decir de Marulanda allí había un verdadero capital humano pero mal dirigido, que ahora podría ser un enorme refuerzo para la guerrilla. Se realizó inmediatamente una conferencia guerrillera en El Pato, se reajustó el mando, se elaboró un plan militar, se comenzó a operar con otras concepciones de la guerra, y el movimiento creció en todo sentido, mientras lo que estaba al mando de Ciro tomó otro rumbo... ¡y qué rumbo! (1985, p. 17).
Se refiere él a la derrota que sufrió Ciro Trujillo poco después de la Segunda Conferencia, tras la que convocó a todos los destacamentos (excepto a los de Marulanda y Losada) y los concentró en el Quindío “no se sabe por qué ni para qué” (Arenas, 1985, p. 16), donde el Ejército los venció fácilmente y, de no ser por el reducto que quedaba en el Caquetá, dice Manuel Marulanda que “casi nos liquida” (Arenas, 1985, p. 17).
Referencias
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