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De Cartagena a Bogotá, hace 200 años.

Por Danyi Prieto.

 

“¿Y tú, querida, qué tal va tu monótona vida?” le escribió Alexander von Humboldt en una de sus cartas, mientras estaba en Cuba próximo a zarpar hacia Cartagena, a la esposa de uno de sus amigos en Europa. Este relato, apenas parafraseado y con varias contribuciones a lo que pudo haber pasado por los ojos y la cabeza de Humboldt en medio de sus viajes por Colombia, es solo una de las muchas historias que relata Andrea Wulf en su libro La Invención de la Naturaleza, el Nuevo Mundo de Alexander von Humboldt, una lectura reciente de Martín Molano y Danyi Prieto, que invita a imaginar y tratar de entender lo que significa viajar, explorar y aprender, en ese entonces y también ahora.

 

“¿Y tú, querida, qué tal va tu monótona vida?” 

 

30 de marzo de 1801. El barco acaba de atracar en Cartagena, en la costa Caribe del reino español de Nueva Granada. La meta es llegar a Lima a finales de diciembre. Tenemos nueve meses para recorrer 4,000 kilómetros a pie, lomo de mula o caballo y, con suerte, algunos carruajes. Nuestro entusiasmo se mezcla con el miedo, como siempre pasa al inicio de un viaje. A pesar de haber salido de casa hace casi dos años ya, las noches de insomnio, la revisión constante del equipaje para no olvidar nada y asegurarnos de que todo el equipo esté en buen estado, además del retorno constante a los mapas buscando prever la ruta más conveniente, siguen estando tan presentes como si fuera el primer día de viaje: la ansiedad que implica empezar a caminar hacia lo desconocido.

Pudimos haber tomado la ruta más fácil y rápida, atravesando Panamá y haciendo el resto del recorrido en barco, pero la opción de conocer la gran cordillera y de visitar al afamado botánico José Celestino Mutis, radicado en Santa Fé de Bogotá, hicieron que estemos ahora acá. Mutis, de sesenta y nueve años, es desde hace mucho tiempo reconocido mundialmente por sus expediciones botánicas y por su vasto conocimiento de la flora de esta parte del mundo, nunca antes estudiada y catalogada al nivel hecho por él. 

 

6 de abril de 1801. Cartagena es una ciudad destacable: un lugar de vocación sobre todo militar, punto estratégico para el imperio español en América. Con casi 18,000 habitantes, llega a tener casi la misma población de la capital virreinal, Santa Fé de Bogotá, hacia donde nos dirigiremos en unos pocos días. 

Los edificios y casas de su centro urbano, delicados y ostentosos al mismo tiempo, se encuentran casi todos rodeados por una gran muralla de defensa, terminada hace menos de treinta años, pero empezada a construir hace ya casi tres siglos. Los colores y orígenes de su gente son variados en demasía, abarcando de la tez negra de los esclavos africanos, el trigueño y canela de mulatos y mestizos, al blanco de los llegados, como yo, de las lejanas tierras europeas. 

Es indudable que las noticias de revolución y grandes cambios de otras partes del mundo han llegado hasta aquí. El espíritu de las revueltas en Francia en contra del sistema monárquico, la guerra de independencia de Estados Unidos y las sublevaciones de los esclavos en Haití se respira en estas calles, plazas y salones. Por una parte, los habitantes de Cartagena se muestran dispuestos a luchar por su independencia de España y seguir los pasos de la libertad, mientras que, no lejos de acá, al otro lado del Río Grande de La Magdalena, la ciudad de Santa Marta aboga por defender al Virreinato de Nueva Granada y contar con la gracia y el apoyo español. ¿Cuál será el destino de estos pueblos? Solo ellos, sus habitantes, sabrán escoger el camino más justo y, estoy seguro, estas serán noticias en muy poco tiempo.

 

21 de mayo de 1801. Dos semanas después del arribo a Cartagena, unos 96 kilómetros recorridos y varias noches de dormir sobre el suelo, finalmente llegamos a la desembocadura del Río de La Magdalena. Desde esta pequeña embarcación, he trabajado en el mapeo del curso del río como proyecto principal, pero también me he visto cautivado por la diversidad de plantas y animales que abundan en el agua, sus riberas y los bosques de sus márgenes.

«Un calor abrasador y constante reina en las llanuras que hacen basa á esta soberbia cadena de montañas […] Palmeras colosales, maderas preciosas, resinas, bálsamos, frutos deliciosos, son los productos de los bosques interminables que cubren esos países ardientes. Aquí habitan el tigre, el mono, el perezoso; aquí se arrastran serpientes venenosas; y […] amenazan a todo viviente en estas soledades. Esta es la patria del mosquito insoportable, y de esos ejércitos numerosos de insectos, entre los cuales unos son molestos, otros inocentes, estos brillantes, aquellos temibles. Las aguas cálidas de los ríos anchurosos están pobladas de peces, y en sus orillas viven la rana, la tortuga, mil lagartos de escalas diferentes; y el enorme cocodrilo (caimán) ejerce sin rival un imperio tan ilimitado como cruel [sic].»

Francisco José de Caldas, 1808, Estado de la Geografía en el Virreinato de Nueva Granada

15 de junio de 1801. Siguiendo el agua río arriba, hoy hemos llegado a la ciudad de Honda. Durante todo el viaje nos acompañaron los incansables mosquitos, el canto nocturno de las ranas y las chicharras y la densa vegetación que enmarca las riberas. ¿Cómo describir la sensación de cansancio del esfuerzo diario de remar contra la corriente, la humedad en el aire producida por la combinación del calor con las lluvias vespertinas, la claridad de las estrellas en medio de la noche?

Al pensar en el futuro de estos parajes, solo puedo preguntarme cómo se verán dentro de cien o doscientos años, cuando el ser humano haya recorrido todos sus caminos y el paisaje haya cedido sus recursos a la explotación humana. Al parecer, no tengo más que preguntas: ¿Quedará entonces algo de vegetación, se escucharán aún las aves cantar al atardecer, tendrá este río las mismas aguas transparentes?

Lo que ahora nos espera es dejar al gran río atrás y avanzar unos 160 kilómetros por la montaña, a través de senderos cubiertos de barro y piedras, hasta llegar a la ciudad de Santa Fé de Bogotá, en un ascenso de más de 2,000 metros de altitud. Todo este esfuerzo, estos retos y estas adversidades, estoy seguro que, tal como ha sucedido hasta ahora, serán recompensados por las vivencias y los aprendizajes que aún nos esperan. 

 

8 de julio de 1801. ¡Hemos llegado a Bogotá! Mañana temprano le estrecharé la mano a Mutis.

 

***

 

Referencias

Segovia, R. (2021). Atlas histórico de Cartagena de Indias: Paso a paso, la construcción civil, militar y religiosa de la ciudad. Banrepcultural, red cultural del Banco de la República. https://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-143/atlas-historico-de-cartagena-de-indias

Vélez, A. (2021). Río Grande de La Magdalena: una historia de exploradores, riquezas y disputas. Biblioteca Nacional de Colombia. https://bibliotecanacional.gov.co/es-co/colecciones/biblioteca-digital/mapeando/Paginas/capitulotres.html#!

Wulf, A. (2017). La invención de la naturaleza, el nuevo mundo de Alexander von Humboldt. Taurus.

 

Comments

  • Martin Molano
    26/10/2021

    Me hubiera gustado conocer algunas palabras suyas, Danyi. ¿Qué sintió al leer lo que leyó? ¿Qué pensó? Por otro lado, lindos los fragmentos y forma de concatenarlos.

    • Miguel Oliveros
      27/10/2021

      Me parece más que vibrante el relato, hace poco volé sobre la ciénaga y aprecié el Magdalena desde el cielo, cuesta creer como 220 años después, el río desemboca mucho más cerca que en ese entonces, una cronología bellísima. Algunos pocos que han tenido la suerte de navegar esas aguas, seguramente sentirán la nostalgia de los cambios que soñaron estos exploradores y sin duda tendrán las mismas sensaciones, casi viscerales, que produce cabalgar el río más importante del norte de Suramérica… El mundo entero debería tener una gota de historia sobre estas aguas en sus recuerdos.

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Hola, te habla María Delgado 👨🏻‍💻 de Fullsky.
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