Cuando los datos salvan vidas: del cólera en Londres a los riesgos del turismo en nuestra región

Cuando los datos salvan vidas: del cólera en Londres a los riesgos del turismo en nuestra región

Septiembre 1 del 2025

Septiembre 1 del 2025

Por: Danyi Prieto

Por: Danyi Prieto


¿Qué tienen que ver el cólera y las muertes en el Soho de Londres de hace casi doscientos años con la gestión de riesgos de las actividades al aire libre de hoy en América Latina?


En 1854 se presentó una epidemia de cólera en Londres, con brotes en varios barrios. El cólera no era una enfermedad desconocida para entonces, pero aún faltaban datos cruciales. Se sabía, por ejemplo, que la enfermedad estaba presente en Asia desde el siglo XVI y que los síntomas incluían diarrea severa, a veces acompañada de vómitos y calambres. Estos podían ser tan graves que, en muchos casos, causaban la muerte. Eso fue precisamente lo que sucedió en Gran Bretaña en ese año, donde se estima que murieron hasta 23,000 personas a causa de la epidemia, equivalente a un 0.08% de la población total de la isla en ese momento.


Entre los aspectos por resolver estaba la forma de contagio. ¿Se transmitía por aire contaminado o por agua contaminada? Fue entonces cuando ocurrió el momento que pasaría a la historia. John Snow, un médico inglés, llevaba tiempo investigando la enfermedad y, en compañía de su equipo, diseñó un modelo de observación tan simple como trascendental. En un mapa del barrio Soho, donde se registró uno de los brotes, marcó con una raya cada muerte producida por el cólera en la dirección de residencia de la persona fallecida. Ese mapa le permitió rastrear el origen del brote a una bomba de agua ubicada en una calle específica. Con esta información se clausuró la fuente y se detuvo el aumento de infecciones y muertes. Se confirmó, además, que el mecanismo de transmisión era el agua contaminada, lo que marcó el inicio de la epidemiología moderna.


¿Y a qué viene todo esto? Al valor de la observación, los datos y la evidencia. Sin esos tres elementos, John Snow y su equipo nunca habrían podido identificar la causa del brote, tomar medidas efectivas y aprender de lo sucedido. Esto nos invita también a preguntarnos: ¿cómo hemos aprendido lo que hoy sabemos como humanidad? Un recorrido rápido y simplificado de la evolución del conocimiento podría ir desde la intuición en la prehistoria como método primigenio, pasando por la codificación de saberes en el mundo antiguo, la evidencia como criterio de la revolución científica, la confianza en el dato durante la Ilustración y la modernidad, hasta el acceso y procesamiento de cantidades enormes de información en el siglo XXI.


Ahora traslademos la iniciativa de John Snow a la gestión de riesgos en turismo, expediciones científicas y programas de educación al aire libre. ¿Qué datos tenemos sobre los incidentes asociados a estas actividades en Colombia o en América Latina? Estas son algunas de las preguntas que deberíamos hacernos para identificar posibles causas, encontrar patrones, corregir errores, prepararnos mejor y, en última instancia, prevenir incidentes o reaccionar con mayor eficacia cuando ocurran:

  • ¿En qué destinos se presentan más incidentes?

  • ¿Qué tipos de incidentes son más frecuentes?

  • ¿En qué actividades se concentra el mayor número de casos?

  • ¿En qué temporadas o meses se incrementan los incidentes?

  • ¿Qué rangos de edad son más vulnerables?

  • ¿Existen diferencias significativas en la tasa de incidentes entre hombres y mujeres?

  • ¿Cómo cambia el número de incidentes año tras año?

  • ¿Cuáles son los peligros más comunes asociados a los incidentes?


El interés por responder estas preguntas debería ser abordado con el mismo empeño con que otros sectores han encontrado valor en los datos para monitorear su desempeño y tomar decisiones: las finanzas, para analizar mercados y perfiles de riesgo; el comercio y el marketing, para entender a los consumidores y optimizar estrategias; la salud, para rastrear brotes (solo basta pensar en el cólera o en el Covid-19) y diseñar tratamientos personalizados; la manufactura, para mejorar procesos y calidad; o la logística, para predecir la demanda y hacer más eficiente la cadena de suministro, por solo mencionar algunos ejemplos.


¿Cuál sería entonces el primer paso en el turismo? Registrar los incidentes que ocurren durante los programas, del mismo modo que John Snow marcó cada raya en el mapa de Soho. Así podríamos desmontar mitos —“el Amazonas es el destino más peligroso”—, invertir recursos con mayor eficiencia —¿en qué entrenamientos de prevención debería enfocarse mi equipo según los datos?—, demostrar diligencia —¿ha hecho mi empresa todo lo posible para evitar accidentes?—, aprender y mejorar procesos internos, contribuir al bien común y, sobre todo, promover viajes más seguros para todos.


¿En qué momento de la evolución del conocimiento está hoy la gestión de riesgos en áreas abiertas en nuestra región? El desafío es pasar de la prehistoria (la sola intuición) al siglo XXI (decisiones basadas en evidencia) e incorporar los datos y la estadística —como herramienta fundamental para analizar resultados y validar hipótesis— en la prevención de incidentes, accidentes y fatalidades en los diferentes tipos de actividades turismo y educación al aire libre.



¿Qué tienen que ver el cólera y las muertes en el Soho de Londres de hace casi doscientos años con la gestión de riesgos de las actividades al aire libre de hoy en América Latina?


En 1854 se presentó una epidemia de cólera en Londres, con brotes en varios barrios. El cólera no era una enfermedad desconocida para entonces, pero aún faltaban datos cruciales. Se sabía, por ejemplo, que la enfermedad estaba presente en Asia desde el siglo XVI y que los síntomas incluían diarrea severa, a veces acompañada de vómitos y calambres. Estos podían ser tan graves que, en muchos casos, causaban la muerte. Eso fue precisamente lo que sucedió en Gran Bretaña en ese año, donde se estima que murieron hasta 23,000 personas a causa de la epidemia, equivalente a un 0.08% de la población total de la isla en ese momento.


Entre los aspectos por resolver estaba la forma de contagio. ¿Se transmitía por aire contaminado o por agua contaminada? Fue entonces cuando ocurrió el momento que pasaría a la historia. John Snow, un médico inglés, llevaba tiempo investigando la enfermedad y, en compañía de su equipo, diseñó un modelo de observación tan simple como trascendental. En un mapa del barrio Soho, donde se registró uno de los brotes, marcó con una raya cada muerte producida por el cólera en la dirección de residencia de la persona fallecida. Ese mapa le permitió rastrear el origen del brote a una bomba de agua ubicada en una calle específica. Con esta información se clausuró la fuente y se detuvo el aumento de infecciones y muertes. Se confirmó, además, que el mecanismo de transmisión era el agua contaminada, lo que marcó el inicio de la epidemiología moderna.


¿Y a qué viene todo esto? Al valor de la observación, los datos y la evidencia. Sin esos tres elementos, John Snow y su equipo nunca habrían podido identificar la causa del brote, tomar medidas efectivas y aprender de lo sucedido. Esto nos invita también a preguntarnos: ¿cómo hemos aprendido lo que hoy sabemos como humanidad? Un recorrido rápido y simplificado de la evolución del conocimiento podría ir desde la intuición en la prehistoria como método primigenio, pasando por la codificación de saberes en el mundo antiguo, la evidencia como criterio de la revolución científica, la confianza en el dato durante la Ilustración y la modernidad, hasta el acceso y procesamiento de cantidades enormes de información en el siglo XXI.


Ahora traslademos la iniciativa de John Snow a la gestión de riesgos en turismo, expediciones científicas y programas de educación al aire libre. ¿Qué datos tenemos sobre los incidentes asociados a estas actividades en Colombia o en América Latina? Estas son algunas de las preguntas que deberíamos hacernos para identificar posibles causas, encontrar patrones, corregir errores, prepararnos mejor y, en última instancia, prevenir incidentes o reaccionar con mayor eficacia cuando ocurran:

  • ¿En qué destinos se presentan más incidentes?

  • ¿Qué tipos de incidentes son más frecuentes?

  • ¿En qué actividades se concentra el mayor número de casos?

  • ¿En qué temporadas o meses se incrementan los incidentes?

  • ¿Qué rangos de edad son más vulnerables?

  • ¿Existen diferencias significativas en la tasa de incidentes entre hombres y mujeres?

  • ¿Cómo cambia el número de incidentes año tras año?

  • ¿Cuáles son los peligros más comunes asociados a los incidentes?


El interés por responder estas preguntas debería ser abordado con el mismo empeño con que otros sectores han encontrado valor en los datos para monitorear su desempeño y tomar decisiones: las finanzas, para analizar mercados y perfiles de riesgo; el comercio y el marketing, para entender a los consumidores y optimizar estrategias; la salud, para rastrear brotes (solo basta pensar en el cólera o en el Covid-19) y diseñar tratamientos personalizados; la manufactura, para mejorar procesos y calidad; o la logística, para predecir la demanda y hacer más eficiente la cadena de suministro, por solo mencionar algunos ejemplos.


¿Cuál sería entonces el primer paso en el turismo? Registrar los incidentes que ocurren durante los programas, del mismo modo que John Snow marcó cada raya en el mapa de Soho. Así podríamos desmontar mitos —“el Amazonas es el destino más peligroso”—, invertir recursos con mayor eficiencia —¿en qué entrenamientos de prevención debería enfocarse mi equipo según los datos?—, demostrar diligencia —¿ha hecho mi empresa todo lo posible para evitar accidentes?—, aprender y mejorar procesos internos, contribuir al bien común y, sobre todo, promover viajes más seguros para todos.


¿En qué momento de la evolución del conocimiento está hoy la gestión de riesgos en áreas abiertas en nuestra región? El desafío es pasar de la prehistoria (la sola intuición) al siglo XXI (decisiones basadas en evidencia) e incorporar los datos y la estadística —como herramienta fundamental para analizar resultados y validar hipótesis— en la prevención de incidentes, accidentes y fatalidades en los diferentes tipos de actividades turismo y educación al aire libre.


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